miércoles, 6 de marzo de 2013

Muere el Chavismo

Muere el Chavismo

Ya llora parte de Venezuela la ausencia de su líder, del hombre que llenó sus ilusiones de palabras los últimos catorce años, y que iba a gobernar seis más. Con Chávez no sólo queda huérfana la presidencia de un país sino la idea, tal vez, ilusa de una revolución contra el sistema capitalista. 

Parecía que años atrás los pueblos indígenas de Sudamérica levantaban su voz y se hacían oír de nuevo, clamando por sus derechos maltratados por un sistema incapaz de respetar a nadie ni a nada, salvo al "dios" dinero. Una lucha revolucionaria que se encarnaba en aquella de los barbudos que comenzara décadas atrás en Sierra Maestra. Pero al final sólo quedó en una apariencia. Hubo detalles que imprimían respeto al movimiento como le gustaba decir a Chávez. Él y  Ebo Morales derramaron la sangre que vertebra el sistema que hoy nos gobierna, y esa sangre no era roja, sino negra. Cruda sangre que mana de las tierras de Bolivia y Venezuela, sangre la cuál  negaron el expoliador extranjero. Una sangre que también tenía el tono verduzco del dólar. La nacionalización de los recursos era la llamada de alerta que este frente hacía para los gobiernos occidentales y sobre todo el de los Estados Unidos. Una llamada al respeto de los pueblos y sus riquezas.

Pronto Chávez entendió que su fuerza estaba en el mensaje, y unirse en la lucha agónica cubana, no fue sino el paso más importante que dar, desangrar al opresor para, antes de el óbito aliento de la revolución cubana,  hacerle una transfusión salvadora.

El Chavismo pareció muerto aquél día de 2002 que el palacio de Miraflores fue rodeado y que su líder quedó preso. Ya sabía de golpes de estado Chávez, pero como golpista 10 años antes. Y pudo levantarse con una revuelta popular inquebrantable hasta su muerte, ayer mismo. Pero las luces del Chavismo en su dialéctica populista y revolucionaria tapaba mejor que nadie la brecha entre los más pobres y los más ricos del país de la costa Este de Sudamérica.

Sus detractores ofrecían de él la más mísera de las apariencias, y no pocos dudaron en llamarlo dictador, incluso aquellos que dan el visto bueno a golpes de estado de aquí y de allá, los Estados Unidos y Occidente, aquellos que entre otros alzaron a Gadafi y lo mataron. Tras miles de muertes y vidas arruinadas durante años.

Muchos se rieron del llamado dictador, sobre todo por ciertos medios de comunicación, cuando Juan Carlos I lo hizo callar de una manera poco usual en el monarca. Monarca que alaban sin embargo sin que fuese jamás elegido por su ciudadanía, cosa que aunque con la acechante sobra del fraude electoral Chávez logro. Mataron al asesino de asesinos con una burla. Hoy ríen menos.

Pero Chávez era una burla en sí mismo, nunca creí sus palabras, ni elogié su trabajo, ni lo haré, pero si me atreví a entender entre sus miles de fanfarronerías, insultos, desprecios y demás lindezas que soltó por su boca, alguna que otra verdad, la verdad de que a Sudamérica no sólo la hunden miserables corruptos de su misma tierra sino la insondable sombra del Capitalismo más feroz.





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