miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un tercio de los españoles sin pasta tras pagar las facturas

Uno de cada tres españoles se queda sin dinero después de abonar las facturas

El porcentaje (33%) es algo mayor que la media europea, que se sitúa en el 26%, aunque por debajo de otros países como Grecia

Uno de cada tres españoles afirma quedarse sin dinero cada mes después de pagar sus facturas y gastos esenciales. El porcentaje (33%) es algo mayor que la media europea, que se sitúa en el 26%, aunque por debajo de otros países como Grecia, Estonia o Hungría, que alcanzan el 40%. El teléfono móvil y las compras por internet son las últimas facturas que se pagan en caso de tener que elegir.
Los datos se extraen de una encuesta realizada de forma online entre 10.000 consumidores de 21 países europeos por Intrum Justitia, multinacional sueca especializada en gestión de crédito y cobros, para conocer el comportamiento de pago de los ciudadanos de estas naciones. Según el director general de la división para España y Portugal, Luis Salvaterra, que ha presentado esta mañana el estudio en Madrid, el informe muestra “la necesidad de ofrecer soluciones de dinero en efectivo a los consumidores. Su escaso poder de compra hace que sea especialmente trascendente prestar atención a sus hábitos porque pueden afectar directamente a la estabilidad financiera y económica”, asegura.
Según el estudio, el 25% de los españoles considera que no tiene suficiente dinero para una vida digna. Aún así, la mayoría paga sus cuentas a tiempo y, según datos del Índice de Riesgo 2013 que elabora también Intrum Justitia, los consumidores españoles han reducido su plazo de pago: de 60 días en 2012 a los 58 este año.
En la presentación también ha participado María Gómez del Pozuelo, directora de la plataforma de emprendedoras Womenalia, que ha destacado un dato que viene a corroborar una creencia tradicional: las mujeres se perciben como mejor gestoras de las finanzas familiares. Así lo afirma el 36% de los españoles, frente a solo el 8% que considera que los hombres realizan mejor esta tarea.

jueves, 21 de noviembre de 2013

¡Filosofía en las escuelas, ya!

Filosofía.

El pensamiento en el hombre recibe el nombre de filosofía, el debate, la incredulidad, los ideales, creencias y el desarrollo de lo etéreo, todo tiene cabida en la filosofía. El primer paso del científico es filosofar, pensar, si lo prefieren, y para ello es necesario tener entrenamiento. Uno piensa mejor si está entrenado. Este mundo actual tiende a lo mecanizado, a la producción y a lo estándar. El funcionamiento robotizado de ciudadanos que se creen libres y que sin embargo, sufren el mayor experimento de lavado de cerebros jamás pensado. Ni Orson wells pudo imaginar que la influencia en la mente colectiva podía llegar a tanto.

Ser diferente es comprar diferente, parecer diferente o actuar de diferente modo, no es pensar sin tapujos ni miedos, no es filosofar sobre la vida, la política, la ética, las creencias, no es pensar, si lo prefieren, a secas.

Nos programan como productores no se sabe muy bien de qué, como las gallinas ponedoras o los cerdos, destinados a producir algo, sin más. Nuestra producción se banaliza a lo meramente económico, una persona que sabe, un sabio, no es válido en esta sociedad si su sabiduría no produce. ¿Pero, qué debe producir?

Obviamente dinero, pero no dinero para él ni siquiera para sus conciudadanos más próximos, sino para el gran ente difuso y omnipresente del sistema capitalista. Podría crear poesía de la más alta alcurnia, pero si no es vendible, dentro de lo estándar, no valdría nada, no sería productivo. El valor, hoy se restringe a eso, no tiene valor para el sistema la situación vital, salud, amistad, ocio, descanso, alimentación, conocimiento... no entran en la reglas de la productividad mejoras las condiciones de vida del ciudadano en todos los sentidos.

Olvidamos la historia porque conocerla y difundirla no vale nada productivamente hablando, no vale de nada proteger el medio ambiente porque eso no produce nada, conocer como funciona la comunidad, ayudar a los demás, pensar y desarrollar nuevos modelos de economía, no vale de nada. Hay que ser productivos.

El avance de la humanidad está atorado entre los avances tecnológicos y el retroceso humanista, un mundo tecnológicamente avanzado con personas sin libertad ni autonomía.
Gente que reduce sus charlas con los amigos a hablar de fútbol o prensa rosa, que es incapaz de desencadenarse de la prensa, los gobiernos y los modelos vitales establecidos. Del sistema. Al que defiende como el mejor posible, sin pensar en las posibilidades previamente.

Que se guían por encuestas, por modas y por formas de pensar de otros, incapaces de romper con todo y modular sus vidas, incapaces de filosofar y actuar mediante una "filosofía propia".

¡Filosofía en las escuelas, ya!

MCA











martes, 5 de noviembre de 2013

El niño que sólo come frutas y verduras crudas

El niño que sólo come frutas y verduras crudas

Por:  05 de noviembre de 2013
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Tom, el pequeño crudivegano. / RAWER

Tom Watkins es un adolescente como tantos otros en el mundo. Vive en una gran ciudad, tiene novia, habla poco y viste ropa con dejes hiphoperos. Pero hay algo que distingue a este quinceañero holandés de la mayoría de los chavales de su edad. Tom no come hamburguesas, ni patatas fritas, ni espaguetis, ni Doritos. Tampoco pescados a la plancha o verduras al vapor. Sólo frutas y verduras crudas.
Su madre, Francis Kenter, decidió adoptar la dieta crudivegana cuando Tom tenía cinco años, y una década después mantiene su convicción de que ingerir productos cocinados o de origen animal es perjudicial para la salud. Médicos y miembros de los servicios sociales aseguran que esta práctica está limitando el crecimiento de Tom y puede causar daños irreparables en su organismo, por lo que tratan de quitar a Kenter la custodia de su hijo. Pero el adolescente asegura que come así porque quiere, no porque ella le obligue.
Éste es el apasionante punto de partida de Rawer, un documental holandés que se estrena este fin de semana en España dentro del festival de cine y gastronomía Film&Cook. La película, segunda parte de un documental anterior titulado Raw ("crudo" en inglés), vuelve a entrar en la intimidad de esta familia para contar sus razones, su vida cotidiana y su pelea con el Estado para mantener sus posiciones dietéticas. Y a la vez toca temas tan sensibles como los derechos de los padres y los hijos, la educación o los límites de la libertad personal.
"Después de grabar Raw, seguí en contacto con Tom y su madre", relata la directora de ambas películas, Anneloek Sollart. "Un día Francis me llamó por teléfono para contarme que los servicios sociales para el bienestar infantil le acusaban de negligencia materna. En el hospital decían que Tom estaba malnutrido, pero ella no estaba de acuerdo y seguía sin querer cambiar su dieta. En ese momento supe que tenía que cerrar el círculo y hacer una secuela".

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Cariño, se me ha encogido el niño. / RAWER

Francis asegura en el documental que el pescado está "repleto" de mercurio y causa esquizofrenia, comer carne produce cáncer, los cacahuetes están contaminados por un hongo chunguísimo y los lácteos son bombas de hormonas que causan un crecimiento anormal en los niños. Este último argumento le sirve para justificar la corta estatura de Tom, que según los médicos podría ver reducida su altura en 12 centímetros por culpa de su dieta, pobre en calorías, proteínas, calcio y ciertos tipos de grasas. “Tiene los síntomas de malnutrición de un niño africano”, dice una especialista que aparece en el documental. La situación es acuciante porque los daños en la formación de los huesos entre los 10 y los 20 años son irreversibles, hecho que, sumado a los intentos de Francis de sacar de la escuela a su hijo para educarlo en casa, empujan a los servicios sociales especializados en la infancia a llevarla a los tribunales.
Cuando empiezas a ver Rawer, esta crudivegana bien te puede parecer una chiflada obsesionada por los supuestos efectos perjudiciales de muchos alimentos. Pero lo bueno del documental es que no te deja tomar partido con tanta comodidad. Francis se muestra en todo momento como una madre cariñosa, nada estrafalaria, preocupada de verdad por su hijo y lo suficientemente valiente como para enfrentarse al mundo para defender las posiciones que ella considera correctas. Algunas de las preguntas que plantea parecen bastante sensatas: ¿por qué el Estado quiere quitarle a su hijo mientras permite que miles de padres alimenten a los suyos a base de comida basura, cuyos efectos perniciosos sobre la salud están de sobra demostrados? Si una madre nunca dejaría a sus hijos pequeños tomar alcohol, fumar o tomar drogas, ¿por qué ella debe alimentar al suyo con productos que considera igual de perjudiciales?
La admiración de Francis por David Wolfe, gurú estadounidense de la raw food que defiende toda clase de majaderías acientíficas -como la relación entre el dolor crónico o el cáncer con la ingesta de alimentos cocinados- no deja a esta señora en una posición muy creíble. Tampoco los ayunos a los que somete a su perro cuando tiene infecciones de oído “para que su cuerpo se concentre en combatir la enfermedad”. Ahora bien, otros personajes que desfilan por el documental ponen de relieve que el asunto no es tan simple como el de una madre tarada con un niño víctima. El padre de Tom, por ejemplo, dice no estar de acuerdo con la dieta crudivegana, pero insiste en que acusar a su ex mujer de negligencia es absurdo. Y una asistente social se pregunta si a la larga no sería peor para el bienestar del crío verse separado de su madre que crecer 12 centímetros menos.
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El gurú charlatán y el perro que ayuna. / RAWER

"Aspiro a que cuando veas la película tengas que admitir que no es sencillo resolver este problema", explica Anneloek Sollart. "Francis pone sobre la mesa algunos problemas interesantes, como el de los niños alimentándose de comida basura en las escuelas. ¿Pero está yendo demasiado lejos? ¿Cuándo tiene que intervenir el Gobierno? ¿Cuándo estás haciendo más mal que bien? Es muy complicado. La película va sobre todas esas cuestiones, pero sobre todo trata sobre la cercana y asfixiante, pero también amorosa, relación entre una madre y su hijo".
En un exquisito ejercicio de imparcialidad periodística, Sollart se limita a exponer para que el espectador saque sus conclusiones. "Mi opinión no es importante, sólo soy una directora de documentales. Espero que con esta película la gente empiece a pensar en sus propios hábitos alimentarios y reflexionen sobre la manera en la que vive Francis. Fue realmente importante para mi en la película no tomar partido, ese no es mi trabajo. Yo les doy todo tipo de comida a mis hijos, y estoy muy orgullosa de que les guste comer de todo. Francis sabe que yo pienso diferente, porque siempre he sido muy honesta con ella, pero me creyó cuando le dije que nunca tendría la intención de juzgarle en la película".
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Tom con su hermano Ben, que se largó con su padre para dejar de comer lechuga. / RAWER

Si Raw fue polémica en Holanda, Rawer lo fue aún más. Su emisión en televisión generó una gran controversia, en especial por la decisión de Francis de desescolarizar a Tom. "Todos los periódicos y telediarios se hicieron eco de la noticia, y las cosas fueron aún peor: los servicios sociales decidieron llevar a Tom a a un hogar de acogida. Francis huyó con su hijo y durante un par de días nadie supo dónde estaban. Entonces les asignaron un mediador, y Francis y los servicios sociales empezaron a buscar una solución juntos. Ahora Tom ha vuelto a ir a la escuela un día a la semana para poder quedarse con su madre".
Ha pasado más de un año desde que se estrenó el documental, y según Sollart, Tom está bien. "Por lo que sé, todavía es crudivegano. No estamos seguros de si llegará a ser tan grande como los otros chicos. Probablemente seguirá siendo más bajito que sus amigos".

lunes, 4 de noviembre de 2013

La nueva Izquierda

Por una antropología progresista

La izquierda debe resurgir soltando lastre de su tradicionalismo doctrinal y construyendo con las clases medias una mayoría de cambio. Solo protestar y estar a la defensiva, esperando que la derecha falle, es insuficiente

El pensamiento progresista corre, en tiempos de crisis y estancamiento económicos prolongados, el riesgo de limitarse a objetivos y tácticas de resistencia, como la oposición a la necesaria modernización del Estado del bienestar, sin atender a transformaciones materiales, sociales y económicas, como las nuevas formas de trabajo y creación de riqueza habilitadas por las nuevas tecnologías, que deberían constituir oportunidades de generación de una actualizada cosmovisión. Sin esta renovación la izquierda corre el riesgo de confirmarse como opción electoralmente menor, conservadora de un status quo desarbolado por la globalización y abocada a la irrelevancia.
El centro de toda ideología progresista es siempre una antropología que responda a tres preguntas. Primera, ¿las mujeres y los hombres se han de conformar con lo que son o pueden, incluso deben, aspirar a realizar todo su potencial? Segunda, ¿qué significa el trabajo en un proyecto vital contemporáneo?, cuestión clave porque la izquierda, materialista, asume que los hombres y mujeres se realizan a través del trabajo. Tercera, ya que el trabajo es un hecho social, ¿cuánto del valor generado por ese trabajo se ha de compartir?, ¿cómo?; es decir, ¿cuál es mi relación con los otros?
El ultimo aggiornamento antropológico de la izquierda va ya para medio siglo: 1968. Fue antiautoritario, enfocado a la liberación de los comportamientos privados. La hábil reacción conservadora de Thatcher y Reagan lo asumió dialécticamente y avanzó por el flanco siempre débil del progresismo: la tensión individuo-Estado en la economía. Al embate conservador sólo supieron responder los dos últimos chicos listos de la izquierda: Bill Clinton y Blair. Políticos competentes, cooptaron parte del mensaje conservador, ganaron elecciones y, por ello, pudieron preservar o intensificar las políticas sociales en sus países. Su fracaso último en la reforma del Estado ha hecho que la izquierda se limite, desesperanzada, a la defensa del empleo y titularidad de los servicios públicos.
Las respuestas a esta terna de preguntas antropológicas vienen contenidas en tres basculaciones ideológicas que suponen un giro copernicano para la izquierda.
Sin educación para la competitividad global no hay libertad, solo paro, dependencia y alienación
El primer desplazamiento es de la protección de los derechos de los trabajadores a la capacitación como instrumento para la emancipación. En un mundo global —sin refugios ya a la competencia laboral— sólo el individuo capacitado para adaptarse a las exigencias de la competitividad podrá ser dueño de su propio destino, menos alienado y dependiente de otros o del Estado; es decir, ser más. Para ello debe poder desarrollar talentos que le permitan el acceso continuo a las nuevas formas de producción. La diferencia entre una derecha moderna y la izquierda es que aunque la primera puede aceptar la igualdad de oportunidades de salida, la segunda permite redimir errores de elección de futuro, facilitando la reentrada, en cualquier momento, en la educación y en la fuerza de trabajo. El objetivo último progresista no debe ser por tanto la protección social, un objetivo intermedio, ni la igualdad de llegada —¿por qué, si el esfuerzo no ha sido igual?— sino la emancipación: dar a todos la oportunidad de soñar, elegir su vida y realizar su potencial (en un artículo en estas páginas J. M. Maravall ofrecía una opinión distinta).
La segunda es la transición desde una imaginería todavía focalizada al obrerismo o al empleado administrativo, a una que incluya a innovadores, creadores y emprendedores, figuras centrales del nuevo paradigma productivo basado en la innovación y las nuevas tecnologías, y que posibilitan no sólo la creación de más valor añadido sino también una más completa realización personal en el trabajo. La innovación y la labor creativa no sólo crean más riqueza sino también mejor trabajo.
La tercera basculación tiene que ver con la solidaridad y con las dificultades de encontrar bases para la misma en lo local, incluido lo nacional, y contar con agentes eficaces para su ejercicio. La tradicional filiación identitaria basada en un territorio y una comunidad cultural homogénea está desapareciendo —y cuando resiste es nacionalismo reaccionario—. Internet virtualiza el espacio y la inmigración hace heterogéneas las comunidades tradicionales. A su vez, el Estado está cada vez menos capacitado para vehiculizar la solidaridad, tanto por limitaciones fiscales —las clases medias rechazan sufragar servicios públicos que cada vez usan menos— como por pérdida de legitimidad derivada de su incapacidad de actuar en una economía global.
Tres estrategias políticas, correspondientes a cada una de las basculaciones, deben ser el primer paso a la renovación fundamental del proyecto progresista.
Es necesario fomentar la competencia y mercados abiertos frente al corporativismo
Primero, educación para la emancipación. La educación sigue siendo la más efectiva palanca para la emancipación de las personas, y la prueba definitiva que separa progresistas de reaccionarios. La universalización de una educación analítica y experimental, con frecuentes reciclajes y oportunidades de acceso o reentrada a la fuerza de trabajo, debe constituir la primera y prioritaria estrategia de la izquierda. Desde el punto de vista de valores, no necesariamente presupuestario, ha de ser la más importante, incluso más que la sanidad. Sin educación para la competitividad global no hay libertad, sólo paro, dependencia y alienación.
Segundo, democratizar la innovación y el mercado. No existe igualdad de oportunidades para ser empresario o innovador. Debe trabajarse por ello, ampliando a la mayoría de ciudadanos el acceso a los instrumentos financieros y cognitivos que permiten innovar y crear actividad económica. Para lograrlo es necesario aplicar las reglas del capitalismo a los capitalistas, fomentando la competencia y mercados abiertos frente al corporativismo, especialidad de la derecha española camuflada en su discurso liberal. La izquierda debe reconocer que los emprendedores pueden ser agentes de cambio, de circulación de elites. Asumir que agentes económicos con capital no son progresistas, dejar a la derecha su representación, es una de las torpezas de la izquierda continental comparada con la anglosajona.
Tercero, transformar la solidaridad. La izquierda ha de replantearse si lo estatal es el instrumento de solidaridad a privilegiar. El Estado puede ser un eficiente ejecutor de políticas sociales, pero deja de serlo cuando está inmovilizado por intereses corporativos y élites que neutralizan su potencial redistributivo. Lo esencial del Estado es garantizar el derecho universal a servicios sociales básicos, no ser el medio único de prestación. Éstos deben estar abiertos a la gestión privada, con controles, donde haya razones de eficacia, ahorro y calidad, y rechazarla sin complejos donde no se den. Además, el repertorio de soluciones institucionales para proveer servicios sociales es mucho más amplio que lo puramente estatal o privado, como por ejemplo un tercer sector gestionado por el asociacionismo cívico.
Los perdedores del sistema son hoy ya mayoría; las clases medias tienen todavía conciencia de clase burguesa pero realidad material de clase en precarización. El partido que vehicule la demanda de cambio de esta nueva mayoría será el partido dominante del futuro. La izquierda debe aprovechar la oportunidad; no tanto moverse al centro, sino mover el centro. Para hacerlo necesita soltar lastre de su tradicionalismo doctrinal y construir con las clases medias una mayoría de cambio: transitar de la protección social a la capacitación para posibilitar la emancipación de las personas; de la desconfianza del mercado a la promoción de una economía de innovación que genere recursos para la educación; y del inmovilismo en lo social a una solidaridad responsable, con criterios de racionalidad, sin a prioris, sobre quién y cómo presta los servicios sociales, y con una fiscalidad eficaz que reduzca la desigualdad de rentas.
La tarea es urgente. La izquierda con vocación de gobierno sigue cayendo en voto pese a que la crisis la gestiona ahora la derecha. La razón es que hoy es difícil saber qué espera de las personas, a qué cree que pueden aspirar, qué valor tiene para ellas el trabajo, y cómo se despliega eficazmente la solidaridad. Sólo protestar, estar a la defensiva, esperando que la derecha falle, es insuficiente. La elección para el progresismo es clara: resurgir ofreciendo la alternativa innovadora que pueda concertar una mayoría o desaparecer ante una nueva corriente política más transformadora, dejando entre tanto a las clases trabajadoras y medias sin alternativas a los populismos.
José Luis Álvarez es doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y Profesor de INSEAD, Francia-Singapur, y Ángel Pascual-Ramsay es director de Global Risks en ESADEgeo y Senior Fellow de la Brookings Institution.