jueves, 26 de diciembre de 2013

Aborto.

Las discrepancias sobre el aborto y el derecho a la vida son abismales entre los frentes políticos de éste país. Conocedores de que las 14 primeras semanas de gestación son tan tempranas como para no considerar el zigoto como ser humano, la izquierda e incluso parte de la derecha, se escudan en el juicio de la ciencia y en el sentido común de dejar decidir a las madres. Tres meses y medio a partir de los cuales la vida es definida como tal en el vientre materno. Claro está que la linea de catorce semanas es arbitraria, como lo es, en esta vida legislada, otras tantas cosas. Desde los límites de velocidad hasta la edad a partir de la cuál se puede ejercer el derecho a voto.

No soy partidario del aborto "por que sí", pero entiendo que nadie aborta por placer. No es menos cierto que hay que hacer otro tipos de políticas para evitar el extremo, no deseado por nadie, del aborto. Es ahí dónde quiero poner la exclamación, ya que dicho debate abortista se ha abierto por solicitud del casposo grupo de votantes y simpatizantes del PP, que se sitúa junto a la conferencia episcopal. Misma conferencia que proclama como pecaminoso el uso del preservativo, que dice que la mujer tiene que estar junto su marido siempre aunque sea  maltratada, que vincula ese maltrato a las uniones no canónicas, que no considera a los gays como normales. Misma iglesia que roba al desvalido y se apodera sin remordimiento del patrimonio de los españoles, bajo el paraguas del bien común (Casos como el Navarro son desconcertantes). Esta es la iglesia que pidió el voto sin condición al PP y que no lo critica hoy por miserable con los ciudadanos, ya que la política de hoy también es contraria a la palabra del profeta Jesús. Pero lo rancio no quita lo despótico, corrupto y malicioso que es esta dualidad espiritual y política, de la que van de la mano los unos y los otros.

 El moralista olvida rápidamente su moral ante el dinero o la ensalza en busca de él. Teniendo un poco de memoria, hay que recordar, que nunca estuvieron tan altas las lanzas como hoy durante los casi treinta años de ley del aborto, inclusive las dos legislaturas de Aznar, y es que por entonces, la iglesia conservaba buena parte de los privilegios heredados del franquísmo. Cuestión que se puso en duda durante la legislatura socialista de Zapatero, con la asignatura de educación para la ciudadanía, la reducción del peso de las asignaturas de religión, y la famosa X en la declaración de la renta. Es decir, reducción del dinero. Y fue entonces, y no antes, cuando un grupo de obispos, de dudosa honorabilidad y pulcritud cristiana; jamás Jesús querría ser obispo, pues eso significa ostentación y diferenciación del prójimo, por no dudar de sus intereses económicos particulares (algunos imputados por hechos delictivos relacionados con evasión de impuestos); decidió pedir el voto sin censura para el PP. No por cristiano (el PP había llevado las tropas a una guerra), sino por aliado político. Ya estaba la jodida Iglesia volviendo por sus fueros históricos de mezclar salves con escaños.

Ahora el PP, o parte de él, porque hay que ser justo con aquellos que se oponen, debe pagar su deuda por el apoyo eclesiástico de hace algo más o menos un lustro. Porque de otro modo no tendría explicación que no lo hubiesen hecho durante los ocho años de mandato de Aznar, ni que no se opusieran en su día con tanta vehemencia.

MCA

Un ataque político a las formas de vida

Un ataque político a las formas de vida

Las artes y la educación han sufrido más que nunca en España. El escritor considera que los brutales tijeretazos del Gobierno imponen el imperio del monocultivo cultural

Cuando leo o escucho que baja el “consumo cultural”, estiro las orejas como un perro. Hay más cosas que hago como un perro, pero no sé si tienen que ver con la cultura. El caso es que la expresión “consumo cultural” me pone nervioso, como si se tratara de una contradicción en los términos. O es consumo o es cultural, me digo. Veamos: esa persona que en este mismo instante se encuentra en la cama de la habitación de un hotel leyendo Crimen y castigo, ¿está consumiendo realmente el libro? ¿Lo consume al modo en que consumo yo energía eléctrica al encender la luz, al modo en que consumo una conserva al abrir una lata de berberechos, al modo en el que consumo un pequeño electrodoméstico al exprimir una naranja? ¿Está consumiendo la novela como el adolescente que consume la paciencia de los padres, como el cincuentón que consume para cenar un yogur griego con pipas de calabaza, como el que se compra un rolex de oro? ¿Podríamos decir que esa persona es usuaria de la novela de Dostoievski al modo en que se es usuario de un campo de golf o de una tarjeta de crédito?
Ustedes perdonen, pero la imagen de una señora desesperada (porque me gusta, sí, que esté desesperada) leyendo el libro del célebre autor ruso me ha despistado del asunto principal. Pensar que mientras yo escribo estas palabras puede haber una mujer en la habitación de un hotel de Buenos Aires, por ejemplo, siguiendo, jadeante, las aventuras y desventuras de Raskolnikof, el famoso asesino de la vieja avara, me excita mucho, muchísimo, y en todos los sentidos. Ya me pregunto si la lectora está en ropa interior o desnuda, si con fiebre o sin ella, si con maquillaje o con la cara lavada. ¿Y qué hace en Buenos Aires, por Dios? ¿Vive en Argentina o acaba de llegar de Europa y se ha desvelado por la diferencia horaria? ¿Es representante de una firma de cosméticos o profesora de Lengua? De ser profesora de Lengua, seguro que ha acudido a un congreso. La Lengua es una de las cosas que más congresos produce, la Lengua y las enfermedades del corazón. Por cierto, ¿sería correcto calificar como producto de consumo un Congreso sobre la Metáfora al que acudiera como ponente, pongamos por caso, Umberto Eco? ¿Se consume una conferencia de Eco con el mismo espíritu e idénticos resultados con los que se consume esta marca de agua tónica o aquella otra? Y bien, ¿ha entrado esa señora de Buenos Aires en el libro de Dostoievski con el mismo espíritu pródigo con el que se entra en un concesionario de automóviles o en una tienda de perfumes?
Un sistema filosófico, en fin, no es un bien consumible
El libro tiene un costado contable, eso no podemos negarlo. Hay quien lo escribe, quien lo edita, quien lo distribuye y hay, con suerte, alguien que lo compra. Proporciona puestos de trabajo, genera actividad económica e influye en el PIB. Pero, claro, todo eso es pura filfa en relación con los beneficios intangibles que proporciona. Un sistema filosófico, en fin, no es un bien consumible. Tampoco una fantasía erótica, qué le vamos a hacer. Las obras de Platón llevan siglos produciendo beneficios económicos, pero a ningún perturbado se le ha ocurrido, de momento, establecer el cálculo porque no se lee a Platón como se compran acciones de Endesa. Otro asunto es que su lectura provoque efectos secundarios de ese orden en la medida, por ejemplo, en que uno pueda ganarse la vida explicando al filósofo griego (los profesores de filosofía no fueron siempre una especie en extinción).
Por eso deberíamos ser más cuidadosos al elegir las palabras con las que nombramos las cosas. Ir al cine, escuchar a Beethoven, leer a Dostoievski o visitar el Museo del Prado no son formas de consumo. Son formas de vida. Así que, en vez de señalar en los periódicos, un día sí y otro también, que este Gobierno recorta las ayudas económicas al cine, al teatro, a la educación, etcétera, deberíamos denunciar que recorta las formas de vida actualmente existentes: “El Gobierno recorta una nueva forma de existencia”. “Desciende el número de formas de entender el mundo”. “El ministro de Cultura aboga por el monocultivo cinematográfico”. Tales deberían ser los titulares.
¿Cómo se ha llegado a esta situación en la que nos pasamos el día haciendo reglas de tres por las que intentamos averiguar cuán burros somos estableciendo proporciones aritméticas entre los presupuestos del Estado y la Crítica de la Razón Pura? Se ha llegado dando por supuesto que aquello que no se puede medir como se mide una hectárea, o cuantificar como se cuantifica una herencia, no existe. Si cuantificar consiste en expresar numéricamente una magnitud, ya me dirán qué cifra otorgamos a las obras completas de Kafka.
Ir al cine, escuchar a Beethoven, leer a Dostoievski o visitar el Museo del Prado no son formas de consumo. Son formas de vida
—A ver, ¿qué beneficios le ha traído a la señora que hemos abandonado en la cama de un hotel de Buenos Aires leer a Dostoievski?
—Beneficios, ¿en qué sentido?
—Beneficios en el sentido de beneficios, gilipollas.
—Bueno, podríamos decir que uno es más sabio después de haber leído al ruso.
—Más sabio, más sabio… ¿Hablamos de una sabiduría práctica, de la que se puedan obtener unos rendimientos económicos inmediatos?
—Eso no, pero cuando uno lee aprende a leerse y a leer el mundo, aprende a interpretar la realidad, comprende la importancia de la búsqueda del sentido…
—No me joda usted. Yo, sin haber leído a Dostoievski, quizá gracias a eso, he montado una franquicia de jabones que da trabajo a cinco mil personas.
—¿Cuánto ganan esas personas?
—Cuatrocientos euros de media. Y me hacen horas extraordinarias y festivos, y si les pido que me lleven a los niños al colegio, me los llevan. Bien visto, no entiendo cómo no me matan.
—Quizá porque no han leído a Dostoievski.
—Razón de más para prohibir las humanidades.
¿Acaso, cuando muere un autor, la necrológica señala lo que su pérdida implica desde el punto de vista económico? Recientemente nos abandonó Doris Lessing. He leído todo lo que se escribió en los días posteriores a la noticia y nadie hacía mención a su potencial económico. ¿Las obras de esta autora no produjeron dinero? Sí, quizá más del que usted y yo podamos imaginar. ¿Entonces? ¿Se omitió el dato por delicadeza? En absoluto. Se omitió porque el beneficio económico era un daño colateral. Lo importante de la obra de Doris Lessing es lo que hizo por el progreso de la cultura humanística, que no se puede reducir a una cifra. Cuando esto no se comprende, las humanidades se van al carajo en los estudios. Se quita el latín, se quita el griego, la filosofía, se reduce el estudio de la lengua y la literatura... Cuando no se comprende, decimos, pero quizá también cuando se comprende demasiado. Las sociedades en las que se pierde la sensibilidad cultural son más dóciles, más fáciles de manejar, son menos libres porque carecen de un discurso alternativo al dominante. Sin discurso, no hay manera de modificar la realidad. La realidad es producto del discurso. La realidad actual es producto del discurso dominante actual. De ahí su calamitoso estado.
Cada lunes por la mañana, cuando salgo a caminar por un parque cercano a mi domicilio, veo, indefectiblemente, rota la marquesina de un autobús. Son destrozos llevados a cabo cada fin de semana por jóvenes incapaces de expresar su malestar de otro modo. Odian el sistema y apedrean por tanto los símbolos externos de ese sistema practicando un modo de delincuencia atenuada que les compensa momentáneamente de vivir en un mundo sin salida, sin horizonte laboral o moral, en un mundo completamente desquiciado. No advierten que el delincuente, tal como señalaba Octavio Paz en un ensayo de juventud, confirma la ley en el momento mismo de transgredirla. No se trata de un sujeto peligroso, pues. De hecho, si un día, de la noche a la mañana, desapareciera esta delincuencia de baja intensidad, el Ministerio del Interior tardaría 48 horas en convocar oposiciones para cubrir urgentemente todas esas plazas de delincuentes desaparecidos.
No advierten que el delincuente, tal como señalaba Octavio Paz en un ensayo de juventud, confirma la ley en el momento mismo de transgredirla
Si se puede practicar impunemente la delincuencia grande, por la que actualmente estamos gobernados, es, en parte, por la existencia de los pequeños malhechores, con los que el poder nos distrae como ese mago que nos obliga a mirar su mano izquierda mientras consuma la trampa con la derecha. El joven, pues, que el sábado por la noche termina la juerga colocando silicona en la ranura de un cajero automático para no irse a la cama sin haber contribuido a la liquidación del sistema, está haciendo gratis algo por lo que le deberían pagar. No sabe hasta qué punto está contribuyendo a reproducir lo que detesta. No constituye un peligro para nadie, excepto para sí mismo. El tipo verdaderamente peligroso es el que un sábado por la tarde se queda en casa leyendo Madame Bovary (tomen Madame Bovary como un ejemplo). Ese chico es una bomba, ya que la realidad está hecha de palabras. Quien las domina tiene más capacidad de destrucción que un experto en explosivos. Si los lectores de Madame Bovary, en fin, alcanzaran el tamaño que los sociólogos denominan “masa crítica”, acabarían generando un discurso que, colocado en el sitio adecuado, haría, al explotar, más daño que la Goma 2.
No hace mucho estaba en mi casa, sin meterme con nadie, cuando sonó el timbre de la puerta. Abrí. Al otro lado había una chica que quería hacerme una encuesta sobre “hábitos de consumo”. La invité a pasar y todo fue bien hasta que llegamos al apartado de “consumos culturales”. ¿Cómo se mide ese hábito?, me pregunté. ¿Se puede calificar la lectura de Proust como un hábito de consumo? Entonces fue cuando me vino a la cabeza la imagen de una señora de edad media leyendo Crimen y castigo en la habitación de un hotel de Buenos Aires. Despedí a la encuestadora y repasé las noticias de los últimos meses relacionadas con el estado de la cultura. Todas, sin excepción, hablaban de los recortes económicos en un intento desesperado de cuantificar económicamente lo incuantificable. Naturalmente que hay una relación entre el dinero circulante y los bienes de consumo. ¿Pero debemos darle a la cultura y a la educación el tratamiento de un bien de consumo? No lo creo, porque en ese mismo instante las reducimos a la categoría de lo prescindible. Si en épocas de crisis, viene a decirnos el ministro de Cultura, prescindimos del coche o de cenar fuera los sábados, ¿por qué no reducir también el consumo de Quevedo, de Flaubert, de Walter Benjamin, de Chejov o de Hitchcock? Ahí está la trampa. La incógnita de por qué hoy somos más burros que ayer pero menos que mañana no se despeja con una ecuación convencional. Tal vez los recortes que el Gobierno actual está aplicando a la formación humanística y, en general, a la cultura, no sean el origen de nuestras carencias educativas, sino su consecuencia. Lo hace porque puede. Lo hace porque nos puede. Nos puede porque nos hemos quedado sin discurso.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Reflexiones compartidas

Hace unos días conversaba con un conocido en una reunión de amigos sobre los pros y contras de éste sistema que llaman Capitalista. Aquella persona economista, con máster caro en el bolsillo y alumno de una universidad americana, hacía balance de la crisis como el que recita de memoria el credo. Regurgitaba índices y varemos, la mayoría sin sentido de la humanidad, y atrofiado por los organismos de referencia , contaba sus impresiones, que resultaban demasiado similares a la de dichos órganos, FMI (fondo monetario internacional), Banco Europeo, Comisión Europea... "la troika" como vienen a catalogarse comúnmente. Ante tal avalancha de datos, no opté a rebatirlos sólo con datos opuestos, ni tan siquiera puse en duda seria los mismos, cosa que es sólo posible con toda la información, y por supuesto el ciudadano de a pie no puede acceder a ello. Simplemente le pregunté para qué, ¿Para qué los índices y varemos? ¿Para qué tantas exigencias y estrechez de miras? ¿Para qué el dinero? Pronto contestó con más datos, y yo le repregunté ¿Y los seres humanos, el medio ambiente, nuestra salud? ¿Dónde están en tus índices?
Después de un rato haciéndole reflexionar sobre los horizontes que marca un sistema obsoleto, bien sabéis que fue ideado por Smith hace 200 años y secuestrado por diferentes fuerzas de poder a lo largo de los años, nada queda del ser humano, como tal (no es un sistema que mejore la vida de las personas en general, sino que lo hace para unos pocos y empeora la del resto) le dije que, comprendería que era necesario revisar los errores, y que quizás parta de un axioma erróneo, ya sabes, el de la autorregulación del sistema, cual barita mágica.

Le puse un ejemplo, que tardó en entender unas dos horas, le pregunté si los coches son un lujo o una necesidad. Presto me contestó lo segundo. A ello, y sabiendo de antemano lo que iba a decir, le repliqué que lo es bajo este sistema, en éstas condiciones, porque si hubiera más (mucho más) transporte público de masas (tren, tranvía), uso de bicicletas o el hábito de andar, el uso del coche se reduciría en su mayoría en una gran ciudad. Dejaría de ser necesario. Era un ejemplo para ejemplarizar, valga la redundancia,  un modelo de gestión de un recurso y una necesidad, no el dossier del ministerio para la reforma de las comunicaciones terrestres de España. Pero se empeñó en poner peros, como si mañana tuviera que estar hecho el cambio. No se trataba de eso, pero tardó en entenderlo dos horas. Mientras tanto un chica que se definió así misma como "un poco pija" entró en escena. Al primero para demostrarle su valía intentó dejarme en ridículo hablando de bicicletas. Poco más o menos dijo que yo defendía que la mejor manera de ir a Madrid era la bicicleta. Cosa absurda, pudiendo utilizar por ejemplo el tren, la comparativa era la eficiencia energética, se lo hice entender a la chica poniéndola en contexto. Ella que primeramente decía necesitar comprar para sentirse bien fue abriendo las miras cuando le hablé de algo tan manido pero tan impactante como la muerte de menores en África, o las condiciones laborales en China.

El sistema idílico que tenía en mente iba cayendo, repentinamente el economista salió para decir que él estaba de acuerdo con algunas cosas de comunismo. Como si yo fuera comunista, pero que ese no era el sistema. Yo le contesté que también creía eso, que "Los sistemas están para servir a los seres humanos, no los seres humanos a los sistemas". Quedó en poco su intento de aparentar tener una mente abierta. Después le expuse unas cuantas aberraciones del sistema, como el mercado desigual entre países occidentales y pobres. Como el caso cereales de Haití, el país más pobre del mundo, y E.E.U.U., el más rico, en ese ejemplo se muestra muy a las claras lo poco que se autoregula el mercado de manera automática, Haití no puede vender su cereal porque es más caro que el norteamericano, no por los costes de producción sino porque el americano está subvencionado por el gobierno, máquina tan potente que monopoliza y arruina a un país tan pequeño como el Haitiano, como es obvio y para limpiar conciencias, cada cierto tiempo se emprende una campaña de ayuda humanitaria. Es decir, impedimos que haya un desarrollo real, y cubrimos las miserias heredadas con limosna. Les hablé del Coltan, el etnocentrismo, el colonialismos y su devastación humanitaria en África. Del abuso de los recursos naturales, de la generación de necesidades sólo para cubrir el lucro de algunas empresas. Del mercado del café o el cacao, en los que los abusos son terribles. Y puestos a hablar y como cada vez que que citaba el medio ambiente se reían, como si lo que dijera fuera una idea romántica de un Hippie melenudo, le hable de la importancia de la diversidad genética, les expliqué los procesos de mutación, la inmensidad de pruebas-error que se han realizado a lo largo de miles de años para conseguir un modelo que finalmente funcione, el de la planta a proteger frente a Eurovegas. Aquella idea de que tal vez, la solución a una enfermedad futura esté en la planta y de que no sabemos reconstruir ese complejo modelo genómico, como no valorable, les aturdía frente al dinero inmediato. A la chica porque pensó en su vejez o en la de sus futuros hijos. En la del economista porque la planta y su valor estratégico futuro no entraba en el balance, como le comenté. 

Dicho esto, le pregunté por la productividad y el crecimiento económico, ¿Qué producimos? ¿Para qué producimos? ¿Para qué sirve el crecimiento económico?

A lo primero contestó Capital, a lo segundo le costó bastante más, y terminó diciendo que para mejorar, y a lo tercero para ser más competitivos y mejorar el bienestar.

A lo primero le dije, que no sólo Capital, sino también miseria, desigualdad, enfermedad, destrucción de recursos ambientales. A lo segundo le repliqué con otra pregunta ¿Mejorar qué o mejor dicho quién? y a lo tercero le expuse el ejemplo manido de que un crecimiento de capital puede darse en una época de conflicto bélico, es decir, una guerra genera dinero. La competencia genera conflictos y guerras.

El economista se fue diluyendo y me habló de la gestión del PSOE del siguiente modo y sólo de eso modo "Zapatero es un payaso" repetido tantas veces que terminé imaginándomelo pintado de blanco y con nariz roja, ese no es argumento alguno, seguidamente  le expuse que  yo soy un ser político, pero no partidista, que no pertenecía a ningún partido ni quería hacerlo. Que jamás había votado a ese partido y en que la mayoría de los casos lo hago en blanco. Pero que parece claro que pocos piensan por sí mismos.


MCA




jueves, 12 de diciembre de 2013

Las revistas científicas y su depotísmo.

¿Y si la ciencia no es eso que tú crees?

El Nobel de Medicina Randy Schekman critica la “tiranía” de las revistas especializadas en la carrera investigadora

Las publicaciones defienden su seriedad

Clase de anatomía de Santiago Ramón y Cajal (centro) en 1915. / ALFONSO
Nuestro mundo se rige por la ciencia en mayor medida de lo que creemos. Un gobernante puede creer que su raza —o su aldea, ya puestos— es superior a las demás, pero no podrá salirse con la suya sin una ciencia independiente y de calidad que lo apoye; un magnate pagará un montón de dinero para hacer creer a la gente que su pasta de dientes, su fuente de energía o sus medios de comunicación son superiores a los demás, pero fracasará si no puede aportar evidencias científicas. Los alimentos que comemos, la información que creemos y los medicamentos que tragamos dependen crucialmente de una ciencia solvente, honrada y evaluada con criterio y transparencia.¿La tenemos?
El último premio Nobel de Medicina, Randy Schekman, cree que no. Y no se engañen: la mayoría de los galardonados con esa cima de las distinciones científicas dedican su visita a Estocolmo a mayor gloria de sí mismos, o simplemente a hacer turismo. Schekman ha preferido montar un pollo, y uno bien importante, si hemos de ser justos. En una columnapublicada por The Guardian y reproducida íntegramente bajo este artículo, Schekman sostiene que las revistas científicas de élite, en particular NatureScience y Cell, distorsionan el proceso científico o, peor aún, ejercen una “tiranía” sobre él que no solo desfigura la imagen pública de la ciencia, sino incluso sus prioridades y su funcionamiento diario.
El premiado dice que no publicará más ‘papers’ en estas cabeceras
Para reforzar su punto de vista, el premio Nobel —que recogió ayer su galardón en la capital sueca— ha anunciado su decisión solemne de no publicar nunca más en Nature, Science y Cell, las tres revistas científicas con más índice de impacto, una medida de su influencia en otros científicos. Schekman admite que ha publicado todo lo que ha podido en esas tres revistas, incluidos los papers (artículos técnicos) que le acaban de valer el premio Nobel. Pero que, ahora que se lo han dado, ya no va a publicar más ahí.
Su intención es denunciar —con unas dosis de autocrítica que se echan de menos en la clase política y otras— las distorsiones que esas grandes editoriales científicas ejercen sobre el progreso del conocimiento. Schekman denuncia que la admisión de un texto puede estar sujeta a consideraciones de política científica, presiones o incluso contactos personales.
Schekman ha fundado su propia revista electrónica, eLife, una de las publicaciones científicas “en abierto” que pretenden estimular una nueva era en la evaluación, presentación y divulgación del progreso científico, o una ciencia tres punto cero.
Dos de los tres objetivos prioritarios de Schekman. Las revistas Nature yScience, son premio Príncipe de Asturias de las ciencias. Pero hay otro galardonado con el mismo premio, el biólogo Peter Lawrence de la Universidad de Cambridge, que no solo apoya a Schekman, sino que viene sosteniendo posturas similares desde hace 10 años. “Este asunto viene de lejos y se ha ido volviendo peor en los últimos años”, dice a EL PAÍS desde Cambridge.
Busca denunciar las distorsiones de las editoriales sobre el avance del saber
Lawrence y otros científicos han escrito artículos en las revistas científicas y presentado quejas ante los centros de decisión, pero no han logrado gran cosa, ni siquiera elevar el tema a la opinión pública. El científico de Cambridge se confiesa contento de que Schekman haya aprovechado su premio Nobel para remar contra corriente e intentar empujar lo que considera una buena causa. La autocrítica es inmanente a la ciencia: es lo que mejora sus experimentos y teorías, y lo que puede mejorar sus formas, su financiación y su comunicación pública.
“Muchos investigadores son plenamente conscientes de cómo la evaluación del trabajo científico y su tasación por los burócratas está asesinando la ciencia”, dice Lawrence con característica elocuencia. “Por supuesto que todos somos culpables de haber representado nuestro papel, y así lo admite el propio Randy (Schekman); pero es bueno que esté utilizando su premio Nobel para publicitar sus opiniones, y espero que ello incremente la percepción pública de por qué la ciencia ha perdido su corazón”.
Lawrence escribió un artículo de referencia sobre este asunto hace diez años, curiosamente en la propia revista Nature. “Cuando lo escribí en 2003, recibí casi 200 cartas, en su mayoría de jóvenes que sentían que los sueños que les habían llevado a convertirse en científicos habían sido rapiñados; el punto principal, entonces y ahora, es que los artículos científicos se han vuelto símbolos para el progreso en la profesión científica, y los verdaderos propósitos de comunicación y registro están desapareciendo”.
Otro científico relevante que apoya la protesta del Nobel Schekman es Michael Eisen, profesor de la Universidad de California en Berkeley y uno de los fundadores de Public Library of Science (PLoS), la primera y principal colección de revistas científicas publicadas en abierto, y con una voluntad de transparencia que les ha llevado, por ejemplo, a hacer pública la identidad de los dos o tres científicos, o reviewers, que revisan los manuscritos y deciden sobre su publicación.
El biólogo Peter Lawrence lleva 10 años protestando por esto mismo
“Lo que ha dicho Randy (Schekman) es importante”, dice Eisen a EL PAÍS. “Si otros científicos siguieran esa vía, podrían enmendar muchos problemas de la comunicación científica en un solo movimiento”. Pero el investigador y editor no alberga grandes esperanzas: “Hablando como alguien que ya abandonó esas revistas (Nature, Science y Cell) hace 13 años, y que ha estado intentando convencer a sus colegas para que hagan lo mismo desde entonces, me temo que la estructura de incentivos que Randy denuncia es tan poderosa y ubicua que ni siquiera el liderazgo de un premio Nobel tan brillante y respetado podrá disolverla”.
Eisen no cree que un boicot a esas tres revistas de élite sirva de mucho. “Si realmente queremos arreglar las cosas”, concluye, “necesitamos que todos los científicos ataquen el uso de las publicaciones para evaluar a los investigadores, y que lo hagan siempre que tengan ocasión: cuando contraten científicos para su propio laboratorio o departamento, cuando revisen las solicitudes de financiación o juzguen a los candidatos a una plaza”.
Este diario ha solicitado su perspectiva a los editores de Nature, Science y Cell, los principales objetivos de los dardos de Schekman. Lo que sigue son sus respuestas.
“Si otros científicos siguieran esta vía se podría enmendar”, dice Michael Eisen
“Nuestra política de aceptación no se rige por consideraciones de impacto”, dice a EL PAÍS Monica Bradford, editora ejecutiva de Science, “sino por el compromiso editorial de proveer acceso a investigaciones interesantes, innovadoras, importantes y que estimulen el pensamiento en todas las disciplinas científicas”. La revista Science, prosigue explicando Bradford, se publica por la AAAS (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, siglas en inglés), que es una organización sin ánimo de lucro, “y trabaja duro para garantizar que la información científica revisada por pares se distribuye al mayor público posible”.
Las revistas de primera fila reciben tal cantidad de manuscritos cada semana que, por simples consideraciones materiales, tienen que rechazar cerca del 90% de esos trabajos. La cuestión sería un mero dilema editorial si no fuera porque la carrera de cualquier científico, sobre todo de los jóvenes, depende estrictamente del número de publicaciones que consiga con su investigación, en particular en las grandes revistas de más impacto. Pese a ello, Bradford asegura que “los presupuestos para el número de páginas y los niveles de aceptación de manuscritos han ido de la mano históricamente; tenemos una gran difusión, e imprimir artículos adicionales tiene un gran coste económico”.
Emilie Marcus, editora de Cell, comenta más específicamente sobre el desafío del Nobel Schekman. “Desde su lanzamiento hace casi 40 años”, dice, “la revista Cell se ha concentrado en una visión editorial fuerte, un servicio al autor de primera fila en su clase con editores profesionales informados y accesibles, una revisión por pares rápida y rigurosa por investigadores académicos de primera línea, y una calidad sofisticada de producción”.
“La razón de ser de Cell”, prosigue Marcus, “es servir a la ciencia y a los científicos, y si no logramos ofrecer esos valores a nuestros autores y lectores, la revista no prosperará; para nosotros esto no es un lujo, sino un principio fundacional”.

martes, 10 de diciembre de 2013

Tertulias políticas en TV.

El otro día escuchaba uno de los debates, que ahora están de moda (hay varios), sobre política, será que nos importa por la crisis escuchar lo que dicen. Entre unos y otros, porque sólo hay dos grupos, dos españas (parece que sólo hay dos formas de pensar, Derecha e Izquierda, sin matizar mucho, un  problema, porque lo es sin duda, que se ha conservado en este país durante más de un siglo, antes incluso de la guerra), no encontraban una linea de coherencia.

 Maruenda, ente pagado por las facciones más extremas del PP y de la derecha defendía lo indefendible en los casos Bercena y Fabra mientras atizaba a trabajadores, sindicatos, oposición y hasta a la madre que lo parió, todo con tal de limpiar de mierda a su partido. Otro tertuliano un tanto peculiar es Rojo, que tiene poco de ello ya que rinde pleitesia al dictador en el Valle de los Caidos, según  le he escuchado en más de una ocasión, y tampoco era coherente diciendo que no estaba de acuerdo en que los presos salieran por no cumplir con la doctrina parot, y que si la ley hay que dejar de cumplirla pues adelante, que lo importante es la justicia y para eso están los políticos (que no los jueces). Por la otra parte, se defendían del caso de los ERE o de los Sindicatos a la vez que pedían responsabilidades al PP. En este bando se matizaba un poco más del lado del PSOE o de IU-UPyD dependiendo del contertulio. Pero ninguno de ellos dejó de pensar en política como lo hacen los actuales políticos, es decir, para salvar el culo. El suyo, está muy unido al de los primeros, y hacen más o menos lo mismo, verborrear sin sentido, apoyándose en el oportunismo, en la demagogia y en la desinformación general para ganar dinero.

Políticos encubiertos, mal llamados político, pues ya conocéis mi opinión sobre la política. Estos señores y estas señoras no dieron ni tan siquiera una posible solución, no pidieron la dimisión incondicional para los corruptos de uno u otro bando por igual. Pero lo realmente triste, es que en este país sigue habiendo dos bandos, como desde hace mucho tiempo, el de los ricos y el de los pobres, y cada vez es más claro.

MCA.

P.D. Si estás cansado de todo y te enfureces al ver a los corruptos, no le grites a la televisión como hice yo él otro día, hazlo en la calle. La televisión no nos escucha y aunque los políticos tampoco lo hagan demasiado, al menos que sepan que alguien grita.