miércoles, 18 de diciembre de 2013

Reflexiones compartidas

Hace unos días conversaba con un conocido en una reunión de amigos sobre los pros y contras de éste sistema que llaman Capitalista. Aquella persona economista, con máster caro en el bolsillo y alumno de una universidad americana, hacía balance de la crisis como el que recita de memoria el credo. Regurgitaba índices y varemos, la mayoría sin sentido de la humanidad, y atrofiado por los organismos de referencia , contaba sus impresiones, que resultaban demasiado similares a la de dichos órganos, FMI (fondo monetario internacional), Banco Europeo, Comisión Europea... "la troika" como vienen a catalogarse comúnmente. Ante tal avalancha de datos, no opté a rebatirlos sólo con datos opuestos, ni tan siquiera puse en duda seria los mismos, cosa que es sólo posible con toda la información, y por supuesto el ciudadano de a pie no puede acceder a ello. Simplemente le pregunté para qué, ¿Para qué los índices y varemos? ¿Para qué tantas exigencias y estrechez de miras? ¿Para qué el dinero? Pronto contestó con más datos, y yo le repregunté ¿Y los seres humanos, el medio ambiente, nuestra salud? ¿Dónde están en tus índices?
Después de un rato haciéndole reflexionar sobre los horizontes que marca un sistema obsoleto, bien sabéis que fue ideado por Smith hace 200 años y secuestrado por diferentes fuerzas de poder a lo largo de los años, nada queda del ser humano, como tal (no es un sistema que mejore la vida de las personas en general, sino que lo hace para unos pocos y empeora la del resto) le dije que, comprendería que era necesario revisar los errores, y que quizás parta de un axioma erróneo, ya sabes, el de la autorregulación del sistema, cual barita mágica.

Le puse un ejemplo, que tardó en entender unas dos horas, le pregunté si los coches son un lujo o una necesidad. Presto me contestó lo segundo. A ello, y sabiendo de antemano lo que iba a decir, le repliqué que lo es bajo este sistema, en éstas condiciones, porque si hubiera más (mucho más) transporte público de masas (tren, tranvía), uso de bicicletas o el hábito de andar, el uso del coche se reduciría en su mayoría en una gran ciudad. Dejaría de ser necesario. Era un ejemplo para ejemplarizar, valga la redundancia,  un modelo de gestión de un recurso y una necesidad, no el dossier del ministerio para la reforma de las comunicaciones terrestres de España. Pero se empeñó en poner peros, como si mañana tuviera que estar hecho el cambio. No se trataba de eso, pero tardó en entenderlo dos horas. Mientras tanto un chica que se definió así misma como "un poco pija" entró en escena. Al primero para demostrarle su valía intentó dejarme en ridículo hablando de bicicletas. Poco más o menos dijo que yo defendía que la mejor manera de ir a Madrid era la bicicleta. Cosa absurda, pudiendo utilizar por ejemplo el tren, la comparativa era la eficiencia energética, se lo hice entender a la chica poniéndola en contexto. Ella que primeramente decía necesitar comprar para sentirse bien fue abriendo las miras cuando le hablé de algo tan manido pero tan impactante como la muerte de menores en África, o las condiciones laborales en China.

El sistema idílico que tenía en mente iba cayendo, repentinamente el economista salió para decir que él estaba de acuerdo con algunas cosas de comunismo. Como si yo fuera comunista, pero que ese no era el sistema. Yo le contesté que también creía eso, que "Los sistemas están para servir a los seres humanos, no los seres humanos a los sistemas". Quedó en poco su intento de aparentar tener una mente abierta. Después le expuse unas cuantas aberraciones del sistema, como el mercado desigual entre países occidentales y pobres. Como el caso cereales de Haití, el país más pobre del mundo, y E.E.U.U., el más rico, en ese ejemplo se muestra muy a las claras lo poco que se autoregula el mercado de manera automática, Haití no puede vender su cereal porque es más caro que el norteamericano, no por los costes de producción sino porque el americano está subvencionado por el gobierno, máquina tan potente que monopoliza y arruina a un país tan pequeño como el Haitiano, como es obvio y para limpiar conciencias, cada cierto tiempo se emprende una campaña de ayuda humanitaria. Es decir, impedimos que haya un desarrollo real, y cubrimos las miserias heredadas con limosna. Les hablé del Coltan, el etnocentrismo, el colonialismos y su devastación humanitaria en África. Del abuso de los recursos naturales, de la generación de necesidades sólo para cubrir el lucro de algunas empresas. Del mercado del café o el cacao, en los que los abusos son terribles. Y puestos a hablar y como cada vez que que citaba el medio ambiente se reían, como si lo que dijera fuera una idea romántica de un Hippie melenudo, le hable de la importancia de la diversidad genética, les expliqué los procesos de mutación, la inmensidad de pruebas-error que se han realizado a lo largo de miles de años para conseguir un modelo que finalmente funcione, el de la planta a proteger frente a Eurovegas. Aquella idea de que tal vez, la solución a una enfermedad futura esté en la planta y de que no sabemos reconstruir ese complejo modelo genómico, como no valorable, les aturdía frente al dinero inmediato. A la chica porque pensó en su vejez o en la de sus futuros hijos. En la del economista porque la planta y su valor estratégico futuro no entraba en el balance, como le comenté. 

Dicho esto, le pregunté por la productividad y el crecimiento económico, ¿Qué producimos? ¿Para qué producimos? ¿Para qué sirve el crecimiento económico?

A lo primero contestó Capital, a lo segundo le costó bastante más, y terminó diciendo que para mejorar, y a lo tercero para ser más competitivos y mejorar el bienestar.

A lo primero le dije, que no sólo Capital, sino también miseria, desigualdad, enfermedad, destrucción de recursos ambientales. A lo segundo le repliqué con otra pregunta ¿Mejorar qué o mejor dicho quién? y a lo tercero le expuse el ejemplo manido de que un crecimiento de capital puede darse en una época de conflicto bélico, es decir, una guerra genera dinero. La competencia genera conflictos y guerras.

El economista se fue diluyendo y me habló de la gestión del PSOE del siguiente modo y sólo de eso modo "Zapatero es un payaso" repetido tantas veces que terminé imaginándomelo pintado de blanco y con nariz roja, ese no es argumento alguno, seguidamente  le expuse que  yo soy un ser político, pero no partidista, que no pertenecía a ningún partido ni quería hacerlo. Que jamás había votado a ese partido y en que la mayoría de los casos lo hago en blanco. Pero que parece claro que pocos piensan por sí mismos.


MCA




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